sábado, 28 de noviembre de 2015

No me corrompas más, cariño...

            “No me corrompas más”, te dije mientras dejabas caer sobre la mesa un sobre.
Hacía días que te levantabas antes de que sonara el despertador, podía oír el ruido de la ducha mientras me desperezaba, podía sentir la distancia y la apatía. Me corrompe que te ausentes con excusas particulares, políticamente corruptas.
Empezaré por el principio, aprovechando que aún los niños no se han levantado y estoy en la cocina preparando el desayuno. Mi marido me engaña, lo sé, con su trabajo y con una colega. No necesito ningún detective, conocí a una mujer que ejercía este oficio y que lo dejó al descubrir que su cónyuge la engañaba con la mujer que la había contratado.
Me fascina la facilidad con la que puedo comerme cinco tortitas antes de que llegue mi marido con la esperanza de que al no ser visualizada quedará en el olvido y no engordaré. Lo sé, es perverso, estoy llevando a cabo una dieta que me cuesta un pastón y me corrompo ante unas tortitas delicadas.
“Cariño, no dejes eso ahí”, le vuelvo a inquirir al verlo aparecer en la sala, “los niños podrían verlo y no me agrada, lo sabes, no ensucies esta casa con tu trabajo, lo sé todo”. Y me giré hacia la ventana de la cocina con la esperanza de que se acercara a pedirme disculpas o en deferencia, a abrazarme negando la realidad de los hechos. No lo hizo, se bebió el café de un sorbo y cogió la prensa, se concentró en la página local y esperó a que los niños terminaran de desayunar para llevarlos al colegio.
Como les iba contando, mi marido tiene una aventura, pero no una normal, no, la tiene de película, con intriga, corrupción y sexo. Y no son imaginaciones mías, eso ya me lo advirtió una buena amiga, psicóloga, no es eso, ha contratado una empresa que le proporciona tickets y coartadas, lo descubrí buscando en Internet la manera de adelgazar diez kilos en una semana. Se olvidó de borrar el historial. A veces Enrique es tan simple. Enrique, que es como se llama mi marido, trabaja para una compañía que tiene negocios en medio mundo, con la excusa tiene que viajar mucho y ausentarse del hogar familiar, en consecuencia nuestro matrimonio es un fraude, pero no nos separamos para no perder el dinero de su familia, muy católica, que apostó por este amor que ha hecho aguas. Su padre le dejó en herencia un capital que continuará hasta que se agote con la condición de que no nos separemos, y ninguno quiere perderlo, claro. Podríamos decir que somos una pareja corrupta y egoísta.
“Diga”, contesto al teléfono, es la vecina, una chica rumana que se ha instalado hace poco junto a su marido, un portugués. Habla poco. Está llorando, me cuenta que quiere abandonar a su marido, la pega, abusa de ella, ella no quería venirse a España, fue él el que le prometió un trabajo y una vida nueva. Ella no le ama, nunca lo ha hecho, el la obligó a casarse, el la prostituye con sus amigos, vienen a casa, se emborrachan y abusan de ella, tiene miedo de la policía, piensa que la expulsaran del país, la escucho, la invito a un café, “sube, tengo unas galletitas en el horno”. Cuelgo, llaman a la puerta.
***

“Enrique, deberíamos llamar a la policía, la chica del segundo ha venido hoy a verme, está asustada, su marido la maltrata”, dejo caer la frase con la intención de que mi marido me apoye pero contesta que no es problema nuestro, que lo deje estar, “lo que pasa de puertas para adentro son asuntos de pareja”, comenta. Ya, pienso yo, como el nuestro, que va viento en popa. Es miércoles y ha regresado del trabajo demasiado pronto, me extraña, se mete en su despacho y se encierra, yo me voy al gimnasio. Voy tres veces por semana, el profesor es la imagen perfecta del hombre diez, con la tableta de chocolate, los bíceps y los tríceps en posición, ese culo prieto, así me paso las clases de Pilates, imaginando que tengo una aventura turbulenta con mi monitor, que me vuelvo tan flexible que podemos practicar el sexo desde todas las posiciones posibles. He oído que toma anabolizantes y alguna que otra droga, tampoco es que sepa con seguridad pero dicen que lo hace para mantenerse así de bueno y de paso ganar alguna que otra competición. Esto me recuerda una noticia, la que hablaba del doping en el deporte, puede que este sea un caso más. En los últimos meses ha ganado varias carreras de montaña, a veces en las clases los ojos parecen salirse de las orbitas y suda, suda mucho. Regreso a casa exhausta, los niños ya han vuelto de la escuela y están haciendo los deberes,  Enrique está viendo las noticias. Hoy le noto raro, quizá es porque no estoy acostumbrada a compartir con él tanto tiempo bajo el mismo techo. Está pensativo, parece preocupado.
“¿Va todo bien en el trabajo, cariño?”. La pregunta está más vacía que su respuesta la cual me deja aturdida, está metido en un lío, aceptó comisiones y dinero, favoritismos y la policía le está investigando. “Debo dejar España un tiempo, hasta que todo se tranquilice, mañana vuelo a Fiji, ya te iré informando” y mientras pronuncia la última frase se encamina al dormitorio, supongo que para hacer la maleta. Me quedo pensando en mi vida, podría ir a la tele a contar mi historia, sería entrevistada y cobraría por ello, aunque no lo necesito, tenemos dinero de sobra, mi suegro, ya se lo he dicho. Los niños llegan corriendo, tienen ya hambre, me dirijo a la cocina y saco unas hamburguesas. No tardo mucho en preparar la cena, yo tomo un yogur con fruta, estoy a dieta.
***
Desde ese día las mañanas saben distintas, ya no me importa su infidelidad, cómo se llama su amante, si duermo menos y mal, si en lugar de adelgazar he ganado algo de peso, ya nada es igual. Cuando Enrique marchó a la mañana siguiente dejó un rastro agónico de un matrimonio apagado que se pierde en el horizonte, no sé qué hacer. Son las ocho, despido a los niños, ahora van en el autobús escolar, comen en el colegio y regresan al terminar las clases con un vecino. Me he despertado a las siete y les he preparado el desayuno, cuando se han ido recojo la casa, y me acerco al gimnasio, hago una hora de spinnig y después de regreso, paso por el mercado y hago la compra. Al llegar al portal está la policía, me asusto, me imagino esposada, metida a la fuerza en el coche oficial mientras pienso en lo bien que les queda el uniforme a los hombres. Me bloquean el paso, me interrogan sobre la vecina del segundo, ha desaparecido, su marido la está buscando, les pongo al día sobre lo que la chica me había contado aquella mañana, no quiero que mi nombre aparezca en ningún informe, temo que su marido quiera hacerme daño. El policía me pide que le acompañe a la comisaría, les digo que no tengo más que decirles.
Entro en el edificio, abro el buzón, una postal desde las islas Fiji, Enrique está bien, “Querida Sofía, estoy bien, el vuelo fue agradable. Por favor, ve a casa de mi madre y recoge el correo, sé que es un lugar apartado pero no pasará nada, cuídate, 49 besos”. Leo el mensaje una y otra vez, hace mucho que mi marido no me llama por mi nombre, hace mucho tiempo que ni me llama de ninguna manera, ¿a casa de su madre?, sus padres viven en una masía, a las afuera de Barcelona, intento entender que quiere decirme, “es un lugar apartado”, “49 besos”, sé que está intentando enviarme un recado, que haga algo, pero desconozco qué es, no soy una gran lectora de novelas policíacas, tal vez si hubiera leído más en el instituto ahora sabría qué hacer. Decido continuar con mi vida, ya son las tres, aún no he comido nada y los chicos estarán en breve en casa. Tomo una ensalada de canónigos con jamón y paté, y un café mientras leo el periódico, las noticias no son alentadoras, mi profesor de spinnig ha sido acusado de tráfico de estupefacientes, no me sorprende, como les había contado, se rumoreaba en el local. Pongo la tele local, allí está, declarando que es inocente, le acusan de corrupción, de haber conseguido sus últimos premios dopado y de traficar con ello. Me quedo traspuesta.
Suena el teléfono, contesto. Es la amante de mi marido, está preocupada, hace días que no sabe de él, le cuelgo. Tres minutos después vuelve a sonar, es ella de nuevo, me pide que no le cuelgue, necesita saber qué hacer con lo que Enrique le dejó, le pregunto de qué está hablando, no puede decir nada por teléfono, quedamos para vernos dentro de dos horas, en el café de la esquina. Vuelvo a colgar.
He dejado la merienda a los niños y me he venido al café dando un paseo, no sé cómo es ella, sin embargo ella sí sabe como soy yo por las fotos que Enrique tiene en su despacho, me figuro que habrá estado allí. Llega puntual, es mayor de lo que esperaba, se acerca mirándome a los ojos, me saluda, habla en voz baja, casi inaudible. Pide un té y empieza a charlar, en ningún momento pide disculpas por tener una aventura con mi marido, su dialéctica es fluida, clara y concisa, Enrique le ha enviado un paquete con una llave, lo hizo antes de que lo descubrieran, y tenía que llegar a su poder si eso ocurría, había ordenes expresas de ello. No sabe qué hacer con la llave, piensa que es de una caja fuerte de un banco, me pide ayuda. Yo no le comento lo de la postal, tan solo la escucho, si me dejara llevar saldría de todo de mi boca menos palabras bonitas, mas ella no tiene la culpa de que mi marido sea un cabrón. Me entrega la llave, le digo que la mantendré informada, se levanta y sale del bar. Entonces me doy cuenta de lo que significa la postal que Enrique me envió. Ya son mas de las nueve, Correos estará ya cerrado.

***

Los niños me han dicho que el fin de semana van de excursión a Toledo con el colegio, les doy dinero y parten. Me ducho y me visto, cojo el autobús  que me deja frente al edificio de Correos, estoy nerviosa, me veo como si fuera una de esas agentes secretas que trabajan para el gobierno, lo confieso, me gusta el cine. Me acerco a los buzones privados, los llamados “apartados”, mi madre tenía uno, aún recuerdo cuando íbamos a recoger las cartas. Empiezo a buscar el 49. Saco la llave del bolso, respiro hondo, la introduzco con la esperanza de que abra. Se abre. En su interior un paquete de color sepia, lo extraigo sin mirar a ningún lado, cierro el buzón y abandono el lugar sin detenerme, me cruzo con un guardia que me mira, sonrío y sigo caminando. Ya en la calle meto el sobre en el bolso y me dirijo a casa.
 Creo que alguien me sigue, noto una mirada pegada a mi espalda, entro en una cafetería, me siento y espero. Pido un café sin dejar de mirar a la puerta, dos minutos después entra un individuo de complexión media, mira como buscando a alguien, yo disimulo haciendo girar la cucharilla en el café como deshaciendo un azucarillo inexistente, se pone al otro lado de la barra, en cuanto pida el café voy al baño, quizá haya una ventana por la que salir. Parece que eso solo pasa en las películas, cojo el abrigo y me alejo del lugar, todavía tengo unos minutos mientras abona su consumición. Echo a correr hasta casa. Me encierro. Saco el paquete, lo abro, vacío el contenido sobre la mesa de la cocina. Una llave, solo hay una mísera llave y un sobre con algunos miles de euros. Otra vez a empezar. Entro en su despacho, sé que no le gusta que lo haga pero esta vez es importante, abro los cajones de su escritorio, rebusco entre los papeles, encuentro resguardos de hoteles, cenas, viajes. Con ella, siempre con ella. Entonces es cuanto veo una especie de agenda, de tapas negras, en letras doradas BNS, en su interior números y números. Enciendo el ordenador, abro el navegador y tecleo las siglas, “Banco Nacional Suizo”, Enrique tiene una cuenta en Suiza, entonces es cierto lo que comentan los periódicos. Puede que la llave pertenezca a alguna caja fuerte, solo hay una manera de averiguarlo, este fin de semana cojo un vuelo para Zurich, aprovechando que los niños están fuera.
***
Las azafatas me han servido un café y el piloto nos desea un buen vuelo. Estoy camino de la capital financiera y económica de Suiza, con más de cuatrocientos mil habitantes. Aterrizo en el aeropuerto Kloten, aprovecho para practicar el inglés que aprendí en las clases nocturnas. Cojo un taxi y le indico la dirección del banco, me hace una ruta turística por la ciudad, tras quince minutos se detiene frente a un edificio inmenso, de estilo sobrio, pago y desciendo. Accedo al bloque a través de una puerta giratoria dorada, brillante, en el interior todo rezuma riqueza. Me acerco a información, le comento mi caso y le muestro la llave, me mira y avisa a un encargado. Este me conduce hacia un pasillo, una vez allí otro hombre me lleva al ascensor donde una mujer de mediana edad está esperándome. Entro y bajamos varios pisos. Cuando llegamos otro hombre me indica que le siga, llegamos a una sala enjaulada, la abre, en su interior hay muchas cajas en vertical, le muestro la llave y se mueve hacia una de ellas, saca de su bolsillo una llave maestra y la introduce, me mira esperando que haga lo mismo, recuerdo la película “Die Hard 3”, el cofre se abre y el hombre lo deja sobre una mesa y abandona la sala. Levanto la tapa y miro el interior, no sé qué puedo encontrar, hay una carpeta con documentos, mucho dinero y un arma. Me pregunto qué hacer, cojo el dinero y la carpeta, el arma la dejo, no podría pasarla por el control del aeropuerto.
  ***

Despierto sobresaltada, he tenido pesadillas, un individuo quería robarme los documentos, ayer estuve revisándolos, son contratos de inmuebles, Enrique había obtenido una cadena de favores y había mucha gente que le debía dinero, sin embargo él había dejado todo preparado para que, si algún día lo acusaban de algo, esto le declararía tan culpable como todos los que estaban metidos en el caso. Hurten, así se llama el caso en el que está metido, una empresa fantasma a la que se suponía que enviaban el dinero. Me quedo dormida en el vuelo de regreso. Al llegar a casa vacío la maleta, pongo la lavadora y guardo los itinerarios del bus turístico que cogí ayer por la tarde, el ticket del museo de arte contemporáneo Helmhaus,  y las postales de la iglesia de Wasserkirche y de la catedral Grossmünster. Los niños acaban de llegar, están cansados y contentos, Toledo les ha cautivado, parecen resacosos, si no fuera porque tienen once y trece años pensaría que han estado toda la noche de fiesta. Les pregunto qué tal lo han pasado, contestan al unísono que muy bien, les consulto si han bebido alcohol y de nuevo responden que no al mismo tiempo, me doy cuenta de que mienten, es la primera vez que percibo la mentira en sus ojos, tan inocentes hace unos años cuando aún dependían de nosotros, y que ahora, se ha corrompido con los años. Voy a mi cuarto y me echo a llorar.
***
Me despierta el sonido del teléfono, respondo todavía dormida, llaman de la comisaría, han hallado un cadáver en el río, quieren que vaya a identificarlo, creen que es mi vecina del segundo. Me levanto y tras despedir a los niños, salgo en dirección a Anatómico Forense, temo que sea cierto y esté muerta. A su marido no lo he vuelto a ver. Llego a la dirección que el policía me ha indicado, entro y espero que vengan a preguntarme, un solicito joven me pregunta qué deseo, le manifiesto que me han llamado para una identificación. Me conduce a una sala y me ofrece una mascarilla. Llama a una puerta y me deja paso, un hombre que parece ser el comisario me pide que me siente. Le vuelvo a contar todo lo acontecido aquella mañana que ella vino llorando, tienen al marido detenido, ahora quieren que yo identifique el cadáver, asiento algo asustada, nunca he visto un finado, salvo el de mi padre, pero al ser de un familiar parece que no es igual. Es ella. Su cuerpo está hinchado, el forense me comenta que es por haber estado en agua, parece que fuera un globo. Impresiona. Otra noche más de pesadillas. Al salir de la comisaría decido ir dando un paseo a casa aunque queda algo lejos, pero es pronto, están abriendo las tiendas, podría mirar algo nuevo, tengo mucho dinero, dinero negro, de ese que no hay que declarar a hacienda, me siento un poco delincuente, como la mayoría de los que salen en la televisión, como los que se sabe y como los que se intuyen, como todos esos. Entro en una joyería, busco algo escandaloso, el dependiente me mira sorprendido, no soy de esas que entran en ese tipo de joyería, visto con vaqueros y zapatos bajos, y una cazadora corte militar. Le pido algo escandaloso, me pregunta sobre cuánto quiero gastarme, le respondo que no tengo un límite, en esto me doy cuenta de que puede que le choque y que si en un futuro pasara la policía a preguntar él me recordaría, le digo que pensándolo bien no puedo gastarme tanto dinero y abandono la tienda. Paso por delante del colegio de los niños, están en el patio, los veo sin que ellos me vean, el mayor están fumando, yo comencé a los catorce, qué puedo decirle, el pequeño está jugando, o eso parece, se tiran la suelo, ruedan, parecen estar bien, hay uno que grita, otro tiene un móvil en la mano y graba la secuencia, no me gusta lo que veo, cuando lleguen a casa tendré que hablar con ellos. Ya en casa, en el contestador tengo un mensaje de la amante, quiere saber si he descubierto algo, lógicamente no le voy a contar nada. Espero que vuelva a llamarme. Me siento en la cocina y preparo un café, descongelo una pizza y la meto en el horno. Tengo hambre. Estoy preocupada por mis hijos, he visto tantos casos de bullying en las noticias que estoy asustada, siempre he dicho que esos chicos no tienen una educación adecuada, que sus padres no se preocupan por ellos y ahora yo lo sufro en mi propia familia. Llamo a mi madre para contárselo, le pregunto qué puedo hacer, cómo puedo llegar a ellos sin que se molesten, me pregunta por Enrique, le digo que está bien, que necesito que me ayude con sus nietos.
“¿Hay algo que queráis contarme?”, es lo primero que se me ha ocurrido al verlos entrar, sé que no es el método más adecuado pero es el mío y el de mi estupidez, me miran sorprendidos y niegan con la cabeza. “Esta mañana he pasado por el colegio a la hora del recreo”, dejo caer la frase lentamente como indicándoles que sé qué estaban haciendo, el mayor se pone rojo, le digo que le he visto fumando y que queda prohibido que lo haga, la información le está entrando por un oído y saliendo por el otro. El pequeño está más tranquilo, le pregunto por qué se peleaban, contesta que estaban jugando, miente, sé que miente, “¿y por qué grabáis la pelea?”, ahora lo veo inquieto, responde que he visto mal, que nadie estaba grabando nada, vuelve a engañarme. Les digo que hagan los deberes, que mañana iré al colegio a hablar con sus profesores, “Nos tienen manía, mama, no nos entienden”.
***
En el colegio me explican que hay varios chicos que están dando problemas, parece que mi hijo pequeño es uno de ellos, acosan a los más débiles, los pegan y lo graban con el móvil, luego lo cuelgan en la red. Me quedo atónita, no sé como excusarles, les cuento que su padre ha salido por un tiempo, me pregunta si nos hemos separado, “no, no, no es eso, está de viaje, parece que ha habido un asunto de su trabajo muy serio en Sudamérica, pero volverá en cuanto lo haya solucionado”, no me creen, ni el director ni la profesora me creen, piensan que no quiero decir que nos estamos divorciando. De camino a casa entro en la pastelería de la esquina, compro media docena de cruasanes, nadie me ve, me los como al llegar a casa. Suena el teléfono, “Diga, soy yo…ah, hola,…no, no sé nada…lo siento…pues no sé dónde la he puesto, tendría que mirarlo…ya te llamo si eso, adiós”, era la amante. Ya no me duele pensar en ella, ni en Enrique. Ya no siento nada. En la sección de sucesos hablan de la detención de un ciudadano portugués, ha asesinado a su mujer porque esta quería divorciarse, me acuerdo de ella, su rostro frágil, esos ojos grandes cristalinos, me pregunto por qué ocurren estos casos, por qué el hombre es tan cobarde que para no quedarse solo acaba con la vida de su mujer, por qué las personas nos complicamos la vida tanto que al final esta se convierte en un esperpento de lo que fue en un comienzo.
***

Recibo un mail de mi marido, regresa en dos días, parece que las cosas se han calmado, me pregunta qué tal estamos, que nos ha echado de menos, llegará el jueves en el avión de las ocho de la tarde desde Londres. Llamo a su amante y se lo comento, por si quiere ir ella a buscarlo, a lo mejor necesitan un revolcón, me dice que han roto, que ya hace días que él la escribió para decírselo. No me alegro, voy a pedirle el divorcio, lo tengo decidido.
***
Esta más delgado, me besa en la frente y me mira, me cuenta como han ido las cosas por allí, yo no le cuento nada, me pregunta por la postal, le digo que me gustó mucho, parece que quiere saber más, si acaso yo llegué a la clave del mensaje, yo me hago la tonta, se me da muy bien. Al llegar a casa los niños le reciben como dos adolescentes, pasando de todo, aunque sé alegren. He preparado su plato favorito, Canelones, abrimos una botella para celebrar su regreso. Brindamos, parecemos una familia feliz, que hipócritas resultamos. Ya en el dormitorio quiere hacer el amor, no tengo ganas, le digo que me duele la cabeza. Insiste, al final acepto, no siento nada, estoy vacía, y mientras él llega a su clímax yo organizo mentalmente lo que tengo que hacer al día siguiente. Al concluir me levanto al baño y posteriormente apago la luz.
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Desde la habitación del hotel veo el mar, la playa de Ipanema es una maravilla. Llegué hace tres días. Tomé todo el dinero y un avión, no tengo prisa por volver. Los documentos se los envié por correo al juez del caso “Hurten”, cuando Enrique quiso darse cuenta de que la amante me había entregado la llave de la caja fuerte ya era tarde, estaba volando para Brasil. Nadie me persigue, soy una mujer divorciada, también he dejado eso resuelto, se lo dije a mi abogado, mi suegro se llevará un buen disgusto y mi marido se quedará sin su pensión paterna. No me da pena. Ahora vivo mi vida, fuera de toda hipocresía y de toda corrupción, me entrego a mi misma cada día, me levanto, desayuno, paseo, escribo para una revista, artículos de opinión, en algún momento tenía que comenzar a ejercer lo que había estudiado, no gano mucho pero tampoco lo necesito, tengo dinero suficiente para vivir el resto de mi vida.

FIN