Zamora es la ciudad tímida que
sorprende tras una muralla desdentada, arropada entre piedras románicas, que
surge altiva cuando llega la Semana Santa,
y parece esfumarse al llegar el invierno, tras una cortina de neblina.
Zamora es la ciudad donde juega el
niño que fuimos, después de la escuela, correteando entre los rincones de la
antigua Semuret, saltando a la rayuela, escondiéndose, riendo, dejando entre
las piedras sonidos pretéritos.
Zamora es la ciudad que crece a
trompicones, a la que volvemos los que nos fuimos, orgullosos, emocionados,
ansiosos de reencontrarnos con las telarañas del pasado.
Nací, crecí y viví en Zamora,
traspasé su dentellada y me mudé a otra ciudad, aun así la siento cuando regreso
en sus momentos, en los momentos. De ella guardo muchos recuerdos en mi caja de
galletas, olores, sonidos, silencios, sabores, tactos… y muchos juegan aún en
el patio del colegio, al corro de la patata, alrededor de esa morera inmensa
que alimentaba nuestras ilusiones.
Corría el año 75, el colegio al que
iba era muy grande (tomo como referencia la estatura que tenia en aquel
entonces), mi maestra, Doña Pilar, olía a naranjas desde la mañana. Algunos
días sentía que podía volar, que las plastilinas eran el motor del mundo, de mi
mundo.
La creatividad nace de un simple
papel, al formarse una simple silueta, una bombilla, un triángulo, todo
alimenta nuestra alma y la hace poderosamente rica.
Otros días, ansiaba llevar a papel
las historias que mi cabeza creaba, mas solo tenía pinturas de cera, de colores
y papel de seda. Y me siento afortunada al poseer en mis manos, aquellos
primeros dibujos que hice ese año, llegando el día del Padre y el de la Madre, y que hoy día decoran
la habitación de invitados.
Y pasado el tiempo, tras intentar
que los sueños se hicieran realidad, estas líneas me permiten regresar a aquel
pretérito escolar en la ciudad batallada, que luchó, y que no “se ganó en una
hora”.
Si alguna vez sientes que escapé de
ti, perdóname, no fue mi intención.